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  • Foto del escritorKrenCurls

Vecinos

Actualizado: 15 jun 2023


Nicole volvió a su apartamento algo fatigada después de haber estado fuera por varias horas. Empezó a desvestirse con las cortinas de su habitación abiertas de par en par, quitándose la ropa seductoramente, sabiendo que Poncho su vecino de enfrente la estaba observando, y aunque nunca habían cruzado palabra, a él le gustaba expiarla, y a ella le encantaba que él lo hiciera.


Desabrochó su brasier poniéndose frente a la ventana. Lo soltó seductoramente, quedando solo que en su sexy tanga brasilera. Miraba fijamente a Poncho quien la observaba desde el apartamento de enfrente. Se quitó la tanga lentamente quedando completamente desnuda, dejándose caer sobre el sofá que había en su habitación. Se abrió de piernas y empezó a tocarse para él, manoseaba sus senos presionando sus pezones, mientras lo miraba lujuriosamente acariciando sus muslos mordiéndose los labios.


Llevó sus manos a su entrepierna palpando su sexo. Desplegó sus labios vaginales y acarició su clítoris, para su goce y el de él. Introdujo dos de sus dedos en su vagina, sacándolos empapados y chupándolos mientras lo miraba con morbo.


Sacó un consolador que tenía debajo de uno de los cojines del sofá. Poncho se mojaba de ganas viéndola, sintiendo como su verga empezaba a endurecerse. Nicole tomó su consolador y empezó a introducirlo en su coño. Su clítoris explotaba de deseo haciendo su gemido más intenso, mientras cerraba los ojos dejándose llevar por el momento. Con la otra mano apretaba su pezón explotando extasiada hasta culminar.


Respirando agitadamente y con las piernas temblorosas se puso en pie. Miraba provocativamente a su vecino pervertido, que la había visto masturbarse. Permaneció en esa posición por unos cuántos segundos, permitiendo que él la morboseara. Luego, sin decir una palabra ni hacer gesto alguno cerró las cortina de su habitación lentamente, como incitándolo a buscarla.


Esa noche Nicole salió a celebrar con sus amigos. Reían a carcajadas disfrutando del encuentro en el pequeño bar del viejo barrio en el que ella vivía. Las horas fueron transcurriendo y Nicole ya algo cansada se despidió de sus amigos saliendo del bar.


Su apartamento quedaba a solo unas cuadras del lugar. La penumbra de la noche se abría a su paso. Marchaba con prisa. Repentinamente alguien se le acercó por la espalda, y al voltearse vio que era Poncho. Inmediatamente sintió como se le aceleró el corazón, saludándolo indiferente, disimulando su atracción hacía él.


Cruzaron por el callejón que quedaba a una cuadra de su edificio. Hablaban de lo estrellada que estaba la noche. Inesperadamente uno de los botones de la camisa de ella se abrió, dejando relucir su sexy brasier de encaje, permitiendo que él deleitara sus preciosos senos. Rompieron el hielo. Sus miradas cómplices por fin se encontraron reclamando el deseo sexual intenso, que existía desde hace tiempo entre ambos. No era casualidad que se hubieran encontrado esa noche, ambos lo deseaban hace mucho y ahora la oportunidad se daba a flor de piel.


Poncho la besó morbosamente, haciendo que sus lenguas húmedas se descubrieran. Le abrió la camisa violentamente, besando y lamiendo sus senos de forma exquisita.


Nicole llevó sus manos al pantalón de él zafándolo. Halló su erecto pene listo para ella. Se lo sacó acariciándolo y masturbándolo suavemente. Él se quitó la camiseta y ella saboreó su fornido pecho.


La apoyó salvajemente sobre los ladrillos desteñidos con olor a humedad del viejo callejón en el que estaban. Ella se abrió de piernas aferrando sus muslos a él. Su palpitante coño lo llamaba, anhelando ser destrozado. Él introducía sus dedos masturbándola bruscamente, besándole el cuello. Ella gemía gozosa. Él sacó los dedos de su empapada vagina y los chupo mirándola de forma pervertida. La penetró, introduciendo por fin su erecta verga en ella.


—¡Aaah! —gimió extasiada.


La estrujaba contra los viejos ladrillos del callejón. Se lo hacía duro. La estaba destrozando como ella quería.


Ella gemía sórdidamente ocasionando que él se encendiera aún más. Lo apretaba con sus muslos, estallando en su entrepierna. Él se movió más intensamente estallando junto a ella, haciendo de sus orgasmos uno solo.


Los humos de aquel viejo callejón desdibujaban sus siluetas, permitiendo la intimidad del momento.


El cielo estrellado los admiró hipnotizado, dejando entre ver las marcas en sus cuerpos.


Las rozaduras en la espalda de ella y los pequeños rasguños en la espalda de él, se convirtieron en el legado de aquella noche lujuriosa, en la que dos pervertidos se sumergieron encantados.


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